Película dirigida por Icíar Bollaín y protagonizada por Luis Tosar, Gael García Bernal y Karra Elejalde. El guión es de un habitual de Ken Loach, Paul Laverty, y eso se nota porque es de lo mejor de la película. En ella se entremezclan dos historias: las peripecias del rodaje de una película en Bolivia, con el conflicto por la propiedad del agua como telón de fondo, y las injusticias cometidas por los españoles durante la conquista de América (argumento de la ficticia película). Las escenas de una historia y otra se suceden y los diálogos de una valen perfectamente para la otra y viceversa. La película es una clara, quizá excesimante clara, denuncia de la hiprocresía con la que criticamos tan fácilmente los conflictos pasados o lejanos y la distancia que marcamos con los que nos toca lidiar cotidianamente. El equipo de rodaje, director y productor, que llegan a Bolivia dispuestos a lanzar al mundo la verdadera y despiadada historia de la gloriosa conquista española se ven obligados a enfrentarse a un conflicto real. Con el tiempo y a medida que el conflicto se agrava, cada uno reacciona de forma diferente y muestra su auténtica personalidad y preocupación: fama, reconocimientos, dinero, las personas...
La cinta tiene grandes momentos, especialmente me gustaron las escenas de los ensayos, y representa un cambio con respecto a otras películas de la directora, como Te doy mis ojos o Flores de otro mundo, de corte intimista y bajo presupesto. Ésta es ambiciosa, con muchos escenarios naturales y extras, pero sin parecer nunca falsa. La escena que menos me gustó, la final: la despedida en el solitario hangar del aterezo entre el productor y el indígena protagonista. Un cliché demasiado manido y con un toque cursi.
La estupenda música de Alberto Iglesias recibió merecidamente el goya.
La cinta tiene grandes momentos, especialmente me gustaron las escenas de los ensayos, y representa un cambio con respecto a otras películas de la directora, como Te doy mis ojos o Flores de otro mundo, de corte intimista y bajo presupesto. Ésta es ambiciosa, con muchos escenarios naturales y extras, pero sin parecer nunca falsa. La escena que menos me gustó, la final: la despedida en el solitario hangar del aterezo entre el productor y el indígena protagonista. Un cliché demasiado manido y con un toque cursi.
La estupenda música de Alberto Iglesias recibió merecidamente el goya.